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Los problemas crecen, aún más…

Odiando a tope, Buddy Bradley sigue siendo el protagonista de una y mil situaciones que harán que sean imposible no reírnos a carcajadas.

Aquel parecía, en principio, un buen plan. Por fin dejarían a Apestoso y sin movidas sin fin, y ahora que se trasladaron a vivir de nuevo con sus padres en Nueva Jersey, Buddy podría dedicarse en cuerpo y alma al negocio de los objetos antiguos, tan codiciados por los coleccionistas.

Pero claro, estamos hablando de los Bradleys, una familia en el que el término “desestructurada” se queda bastante corto. Con un padre que se ha convertido en una sombra de lo que era, que se pasa las horas tumbado en el sofá, alienado por los concursos de la tele o directamente narcotizado por los tratamientos para su afección cardiaca; Una madre que durante años ha soportado el peso de un proyecto de familia que no podía haber salido peor; Babs, madre soltera, con dos niños inaguantablemente hiperactivos, fruto de su relación con un tipo al que es mejor tener lejos, y finalmente, Butch, el pequeño, aquel niño rubio que se ha transformado en una especie de sociópata, misógino y alcohólico, que ha intentado dar rienda a su violencia interior alistándose en el ejército.

Y claro, Buddy… Cínico hasta la naúsea, pero a la vez totalmente inseguro a la hora de afrontar cualquier tipo de situación inesperada, y vago como ninguno.

A este “curioso” grupo familiar sumémosle la presencia de la pareja de protagonista, la pelirroja Lisa, que tal vez sea la más desequilibrada de todos, y que por una temporada cambiará su permanente estado de depresión profunda por una actitud servil y maternal hacia el padre de Buddy, al que cuida y protege como un autentico cancerbero.

Obviamente, este comportamiento viene de perlas al melenudo protagonista, ya que así puede dedicarle más tiempo al negocio junto a su socio Jay, otro tipo que al principio parece tener controlado todo lo referente al tema, pero que va a demostrar ser  un desastre más en la vida de Buddy, debido a ciertos vicios que le hacen meter la mano en la caja registradora cada dos por tres…

Una vez presentado el dramatis personae, preparaos para acompañarlos en sus movidas, todas muy cotidianas, que remarca el carácter de todos y cada uno de los miembros de la unidad familiar, con sus múltiples defectos y fallas.

Pero este tercer volumen que recopila estás geniales cónicas creadas por el irónico Peter Bagge va a ser un punto y aparte en la existencia de su protagonista, que con su habitual pasotismo no se percata que algunas cosas a su alrededor van a cambiar, y de manera extremadamente radical. Nada dura para siempre, dicen.

Retrato lúcido de la sociedad norteamericana de los años noventa, si quitamos la pátina de humor que cubre estas páginas, nos encontramos con personajes y situaciones que son realmente serias y remarcan el perfil de este país en aquellos años: Hijos e hijas que odian a sus progenitores, que han sido incapaces de criarlos de manera normal, una violencia soterrada que estalla ante el menor de los conflictos; relaciones imposibles, sin futuro, drogas, alcohol a mansalva…

Un bodegón éste que, menos mal que está tratado en clave de corrosivo humor, ya que es mejor tomárselo todo así, con una sonrisa, una carcajada.

Y es que Peter Bagge es un auténtico maestro del diálogo, y con ese dibujo heredero de cartoon, tan reconocible, nos convierte en un miembro más de esta tronada familia.

Las Crónicas de Odio. Volumen 3.

Autor: Peter Bagge

Tapa blanda

Color

204 págs.

33,90 euros

Ediciones La Cúpula

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